Nos besábamos como dos locos. No había ternura en nuestro encuentro. Eso era hambre voraz y desesperación carnal. De repente estábamos en la terraza de su departamento, tropezándonos con las sillas y mesas de su fiesta. Su peinado no existía más y mi cabello no tenía orden. Mis manos agarraban con fuerza sus nalgas y mi boca recorría su cuello. La levanté con mucha facilidad mientras nos besábamos con desespero. Su blusa desapreció con rapidez y sus senos aparecieron frente a mí, perfectos y erguidos. Sus pezones entraron en mi boca y mi lengua los puso más firmes. Sin pedírmelo se soltó y sus manos fueron directo a mi pantalón. Lo bajó con fuerza y se arrodilló frente a mí. Me lamió la verga de abajo hacia arriba. Se metió mis testículos en la boca. Se atoró con mi pene muchísimas veces y me masturbaba a placer. Sus ojos lloraban por el reflejo involuntario, pero eso no la detenía de chupármela toda sin pausa.
Terminamos de deshacernos de los últimos rezagos de tela que llevábamos encima. Y, con algo de violencia, la incliné boca abajo sobre una mesa. Sus manos me mostraron lo que debía hacer. Separó sus nalgas y me dejó ver la entrada de su vagina. Brillaba por lo húmeda que estaba. Ni si quiera lo pensé y mientras la sostenía por el cuello, con mi otra mano encajé mi pene y comencé a penetrarla sin parar.
Sus gemidos y los míos se escuchaban a kilómetros. Sus manos soltaron sus nalgas y agarraron con fuerza el mantel de la mesa. Comencé a soltar nalgadas, una tras otra. A imprimir mis uñas sobre su espalda. A tirar de su cabello. A gritarle que era mi puta, mi esclava sexual, que mi pene le pertenecía y que mi leche era toda suya.
La agarré por las muñecas y las puse en su espalda. Le pedí que me diga lo que quería de mí. Y solo la escuché decir “Haz lo que quieras conmigo, soy tu puta.”
Se zafó de mi lazo y se volvió a abrir las nalgas mientras la penetraba. Que hermoso trasero y que bello su culo. No pude quitarle la mirada. Dejé caer saliva sobre él. Me detuve. Saqué mi pene y sin pensarlo dos veces comencé a ver como mi glande se perdía en su culo.
Ella separó con más fuerza sus nalgas y soltó un grito ahogado entre placer y dolor. Me regresó a ver y me dijo “Dame. Duro. Duro. Duro.” Y así lo hice. Con una furia desconocida penetraba su culo mientras el inicio de mi abdomen chocaba contra sus nalgas.
Su culo ajustado abrazaba mi verga y sus gemidos me hacían perder la cabeza. Nos olvidamos que estábamos en una terraza, descubierta, con varios edificios alrededor.
Ella se volteó con la espalda sobre la mesa y tomé con fuerza sus tobillos mientras abría por completo sus piernas para saborear libremente su vagina. Paseé la punta de mi pene por sus labios vaginales hasta terminar nuevamente en su puerta de atrás. El sexo anal se le daba bien. Y seguimos.
Me tumbé sobre ella sin detenerme. Besaba sus senos, sus labios y su cuello mientras me repetía al oído “Dame. Duro. Duro. Duro.”
Yo no podía más. Sentía efervescer mi abdomen y mi erección se volvía más dura. Tomé sus piernas por la parte de atrás de sus rodillas y las llevé hacia ella. Sus senos se movían libremente y sus manos no soltaban el mantel. Sus palabras se perdían entre “Qué rico”, “Dame”, “Soy tu puta”.
¿Dónde quieres mi leche?, pregunté. En el culo, respondió ella. Y aceleré mientras sentía como llenaba su culo con mi semen. Hace mucho tiempo que no acababa con esa fuerza.
Nos besamos durante mucho tiempo después de eso. Nos dirigimos a la ducha. Solo bastaron unos cuantos besos bajo el agua tibia para ver cómo crecía mi erección. Y nuevamente, ella de espaldas hacia mí, se reclinó un poco invitándome a penetrarla. Continuamos en la cama, esta vez ella sobre mí. Sus manos sobre mi pecho y su clitoris se frotaba contra mi abdomen. Bastaron unos pocos minutos para ver como sus senos se ponían firmes y su cuello se volvía rojo. Sus uñas se enterraban en mi pecho, su cabeza iba hacia atrás, sus piernas se endurecían y la veía temblar.
No sabría precisar cuántas veces hicimos el amor esa madrugada y el día siguiente. Me quedé en su casa y pedimos comida. Nos hidratábamos y volvíamos a devorarnos como la primera vez.
Acabé en su boca, en sus tetas, en su espalda, en su culo y donde la imaginación nos lo permitió ese día. Terminamos rendidos y extasiados.
Esa semana no viajé. Tampoco la siguiente. Al final, no viajé más y mi relación a distancia llegó a su fin.
Mi amiga y yo nos seguíamos viendo para fundirnos en uno solo hasta el cansancio. No lográbamos estar más de 10 minutos solos sin terminar uno encima del otro.
Nuestra relación no transcendió. Sin embargo, la lujuria que nos causábamos estuvo presente durante muchos años. Hace un par de años comencé una nueva relación y dejamos de hablarnos. Aunque, de vez en cuando la recuerdo y fantaseo con ella, con su cuerpo, con sus besos, con su cama. ¿A ella le pasará lo mismo?