Ese día debí quedarme en casa. Había renunciado a mi trabajo y ahorrar dinero era prioridad.
Hace algunos años que me había mudado a una nueva ciudad. Había estudiado, conocido nuevos amigos, conseguido una novia y un trabajo. El tiempo pasó y mi jefe propuso ascenderme poniéndome a cargo de una oficina comercial a 400 km de distancia, en la ciudad donde había crecido y vivido hasta hace unos años atrás. Mi novia no lo tomó bien. Pero, aunque poco convencidos, me mudé y decidimos continuar con nuestra relación a distancia.
¿Por qué decidí renunciar? Pues, la nueva oficina era un desastre. Y, mientras intentaba restructurar, una terrible crisis golpeaba el país. Nos cortaron fondos, me obligaron a despedir personal, nos quitaron beneficios y aumentaron metas.
Además, mi novia había puesto el ultimátum sobre la mesa. O regresas o esto termina aquí. Pues bien, ese sábado debía hacer maletas, aferrarme a los ahorros y volver.
Este era mi último sábado en mi vieja ciudad y un amigo me invitó al cumpleaños de su madre; sin dudarlo acepté ir. Dieron las 8 de la noche y un mensaje apareció en mi pantalla.
– ¿Dónde estás? ¿Paso por ti?
Era un buen amigo de la infancia. Y es que la invitación al cumpleaños de la madre de mi amigo no fue la única que recibí ese día. Mi otro amigo esperaba que lo acompañe a la casa de una amiga que teníamos en común y que también cumplía años. Sin embargo, me sentía un poco incómodo con la cumpleañera y había evitado cruzarme con ella durante mi estancia en la ciudad. Debo aclarar que también recibí un mensaje genérico, impersonal, con la invitación a la fiesta, pero había decidido no asistir.
A pesar de ello, respondí a mi amigo enviando mi ubicación y en 20 minutos ya estábamos en su auto camino a una fiesta que había buscado mantener fuera de la agenda.
La reunión era en casa de nuestra amiga. Y fue ella misma quien salió a recibirnos a nuestra llegada. Al verme bajó su mirada y yo no pude evitar sonreír. Ella y yo nos conocíamos de años.
En el pasado habíamos sido dos grandes amigos. Teníamos bromas internas cuyo significado solo conocíamos los dos. Habíamos bebido en fiestas y cantado en karaokes totalmente ebrios. Nos habíamos contado secretos y aconsejado en momentos complicados. Y un día durante una de mis visitas a la ciudad, después de algunos tragos y de haber llorado en su hombro por la infidelidad de mi novia, terminamos en la misma cama, bajo la misma sábana, desnudos y ebrios. Al amanecer, no recordábamos nada de lo sucedido. Solo continuamos con nuestras vidas.
Era más de un año sin vernos, sin escribirnos, de comportamos como extraños. A pesar, que ninguno recordaba lo que había pasado esa noche de historias tristes y botellas vacías. Bien pudimos haber dormido toda la noche.
Nos invitó a pasar y me dio un abrazo muy cálido. Había olvidado lo bien que nos llevábamos antes del “incidente”. Hablamos un buen rato. Volvimos a ser esos amigos del pasado. Le conté que volví con mi novia y que ahora estaba preparándome para volver a su ciudad. Ella sonrió. Llegaron otros invitados y se dirigió de inmediato a la puerta.
Era una buena noche. Había algunas caras conocidas que no veía hace algún tiempo y nos mezclamos con caras desconocidas, pero con gran sentido del humor.
Necesitaba otra cerveza porque el calor, y las otras 5 que me había tomado, así lo exigían. Levanté el pedido de la mesa así que debía traer al menos 6 cervezas conmigo.
Me encontré a mi amiga en la cocina, y ya había tomado lo suficiente para olvidarme de lo incómodo que me sentía con ella y volvimos a bromear como años atrás había sido la costumbre. Tomé mi camino de regreso a la terraza, pero me pareció escuchar que ella dijo algo. No lo escuché bien. Regresé hacia ella y le pedí que lo repita. Ella se acercó a mí mientras yo sonreía esperando escuchar lo que había dicho.
Quedé paralizado. No solo que no repitió palabra alguna. Sino que se apegó a mi y me besó. Tardé unos segundos en reaccionar y alejarme de ella. Si embargo, no hubo escándalo ni reclamo. Solo sonreí y volví con las cervezas a cuesta.
La noche pasó. Así como pasaron miradas y sonrisas con la chica del cumpleaños. La fiesta llegó a su fin y mi amigo hizo la señal que me dejó claro que él se encargaría de llevarme a casa.
Fuimos los últimos en salir por que dejamos pasar a todos quienes querían despedirse de nuestra amiga. Ya en la puerta, mi amigo dijo “adiós, gracias por todo.” y salió.
Era mi turno de despedirme; ella tomó mi mano y nos vimos fijamente durante eternos segundos. Creo que no hacía falta hablar. Mi amigo siguió, encendió su auto y se marchó. Ella cerró la puerta y sin soltar mi mano pegó su cuerpo con el mío, se paró sobre la punta de sus pies y nos besamos.
Su forma de besar se compara al efecto de un acelerante en un incendio. Su función es darle intensidad al fuego y lograr que se propague a una velocidad impresionante. Sus labios carnosos eran un deleite. Sus pequeñas mordidas a mis labios me prendían por dentro. Bastó un solo beso para poner mi pene totalmente duro. Y ella lo sabía.
Lo que pasaba detrás de la puerta de su casa estaba mal, no era correcto. Mi conciencia hizo un último intento de sobreponerse al instinto y de mostrarme el camino a seguir. Debía marcharme en ese momento. Estaba en el punto de no retorno.
Continúa parte 2…